Ya no hay nada que hacer.
Ni siquiera respirar.
Decenas de burbujas
se anudan en mi cuello
al meditar sobre esto.
La muerte.
Burbujas de metal.
Intragables.
La muerte
como ser real.
Se hincha mi garganta.
La muerte como señorita seductora,
que nos invita
a enredarnos en los sueños,
a parir nuestros progresos,
a amamantar las piezas que faltan
del propio puzzle.
Decenas de burbujas
se anudan en mi cuello
al meditar sobre esto.
La muerte
como ser real.
Como construcción
donde se labran las llaves
que cerrarán, para siempre,
cada misterio.
El jaque mate que da sentido
a la estrategia, y al tiempo.
El tictac de cuenta atrás
para la propia paz.
Chocan en mi garganta
las burbujas del ahogo.
Aprieta la mordaza social
que prohíbe reconocer la evidencia:
la muerte como estancia
de capacidad ilimitada,
eterna y gratuita.
Rebelde, esto, con el sistema.
El mismo que te invita
a despistarte en los estímulos;
a seleccionar sonrisa, amigos o paisaje
cuando te enfoca la cámara;
a exhibir logros,
a consumir objetos, o personas,
que perfumen el ambiente a falsa eternidad.
Pero escúchame bien,
Escucha la evidencia,
porque enferma el pecho
estar lejos de la Verdad.
No lograrás engañar a la muerte,
a pesar de lo que muestres u ocultes,
ni la distraerás del tiempo
que te ha concedido,
señorita irresistible,
para consumar su invitación
a enredarte en tus sueños,
a parir tus progresos,
a amamantar las piezas del puzzle
que dará sentido
a tu minúsculo paso
por esta tierra.
Ni siquiera respirar.
Decenas de burbujas
se anudan en mi cuello
al meditar sobre esto.
La muerte.
Burbujas de metal.
Intragables.
La muerte
como ser real.
Se hincha mi garganta.
La muerte como señorita seductora,
que nos invita
a enredarnos en los sueños,
a parir nuestros progresos,
a amamantar las piezas que faltan
del propio puzzle.
Decenas de burbujas
se anudan en mi cuello
al meditar sobre esto.
La muerte
como ser real.
Como construcción
donde se labran las llaves
que cerrarán, para siempre,
cada misterio.
El jaque mate que da sentido
a la estrategia, y al tiempo.
El tictac de cuenta atrás
para la propia paz.
Chocan en mi garganta
las burbujas del ahogo.
Aprieta la mordaza social
que prohíbe reconocer la evidencia:
la muerte como estancia
de capacidad ilimitada,
eterna y gratuita.
Rebelde, esto, con el sistema.
El mismo que te invita
a despistarte en los estímulos;
a seleccionar sonrisa, amigos o paisaje
cuando te enfoca la cámara;
a exhibir logros,
a consumir objetos, o personas,
que perfumen el ambiente a falsa eternidad.
Pero escúchame bien,
Escucha la evidencia,
porque enferma el pecho
estar lejos de la Verdad.
No lograrás engañar a la muerte,
a pesar de lo que muestres u ocultes,
ni la distraerás del tiempo
que te ha concedido,
señorita irresistible,
para consumar su invitación
a enredarte en tus sueños,
a parir tus progresos,
a amamantar las piezas del puzzle
que dará sentido
a tu minúsculo paso
por esta tierra.
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