Pantallas
Cuando se acaban las pantallas empiezo yo.
Mi lápiz, mi mente, que corre más allá de cuatro aristas,
de ciento veintiún contactos,
de lo acotado en letras sin mirada.
La cuota que pago por ser social,
aprovechando que lo llevo en la sangre
desde aquellos orígenes de cueva.
El horizonte es algo mas que una imagen,
y el presente se respira sin captura.
Compartir, ficticia, al segundo,
no me hace inmortal, lo simula;
lo que guardo dentro me nutre más
que lo que escupo sin sentido.
Me canso de las redes de esta virtualidad constante,
mi vista, mis pulgares; el avance que arrasa,
y, vestido de progreso, no entiende de pasado.
A veces recuerdo lo obsoleto con cariño.
Llámame romántica.
Aun así, reconozco la cara amable,
me desradicalizo, y le rindo tributo.
Suelo atenderle cuando llora o vibra.
Pero es cierto que en estas horas de pantallas inertes,
-al fin y al cabo, soy su dueña-,
emerge una parte de mi única,
palpablemente viva o animal,
sentidamente piel o alma,
donde me guardo
e, íntima, me manifiesto.
Mi lápiz, mi mente, que corre más allá de cuatro aristas,
de ciento veintiún contactos,
de lo acotado en letras sin mirada.
La cuota que pago por ser social,
aprovechando que lo llevo en la sangre
desde aquellos orígenes de cueva.
El horizonte es algo mas que una imagen,
y el presente se respira sin captura.
Compartir, ficticia, al segundo,
no me hace inmortal, lo simula;
lo que guardo dentro me nutre más
que lo que escupo sin sentido.
Me canso de las redes de esta virtualidad constante,
mi vista, mis pulgares; el avance que arrasa,
y, vestido de progreso, no entiende de pasado.
A veces recuerdo lo obsoleto con cariño.
Llámame romántica.
Aun así, reconozco la cara amable,
me desradicalizo, y le rindo tributo.
Suelo atenderle cuando llora o vibra.
Pero es cierto que en estas horas de pantallas inertes,
-al fin y al cabo, soy su dueña-,
emerge una parte de mi única,
palpablemente viva o animal,
sentidamente piel o alma,
donde me guardo
e, íntima, me manifiesto.
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