Dejo dentro


África se desliza bajo mis pies
como una serpiente cobriza.

La tierra escupe sangre
de opresión deliberada,
de perpetuación de la injusticia.

Quizá me siga vendiendo
cuando llegue a occidente.

Podré darme la vuelta hacia el otro lado,
y volver a conciliar el sueño,
arropada por todas mis seguridades.

Pero ya llevaré
océano en la sangre
y luna grande en las pupilas.

Verdad cruda en las vísceras,
y abrazos desesperados en las caderas.

Olor sucio a escasez.

Tierra fértil en las uñas,
y simientes en los dedos.

Quizá me siga vendiendo
a aquel occidente
de locura de egos,
de imagen e imágenes
que colapsan la vida,
de ausencia de presente,
de rigidez, de estructura,
de tiempo calculado,
de privilegios que aplastan.

Pero mis rodillas habrán caído rendidas
ante la libertad de no tener;
y mi frente habrá besado el suelo,
adorando el milagro
de los supervivientes al látigo.

Habré vestido con millones de miradas
mi cuerpo y mi ropa;
ojos de reproche
y ojos de gratitud
descansarán en mi piel blanca.

Occidente, sensual, querrá sedarme.
Me susurrará al oído lo importante que soy,
enumerando los artículos y promociones
que me merezco.

Querrá seducirme.
Quizá lo consiga.

A pesar de la llaga en el alma
que conoce el dolor multitudinario
de un pueblo excluído;
el peso de quienes viven bajo la piedra,
el esfuerzo por permanecer
del que es abandonado a su suerte,
a su poca suerte,
a su mala suerte
de haber caído
allá donde es común
ir a la escuela hacinado en chapas
que conducen borrachos,
morir de cólera,
ser un bebé con moscas en heridas,
tiña, sarna, tripa hinchada por lombrices.

Mamá vende lo que cosecha
pero no alcanza para esas medicinas
salvajemente caras.

Por mí,
pueden reventar
quienes negocian con la salud.

Pueden reventar
quienes provocan, perpetúan y esconden
este genocidio rutinario.

Pueden reventar,
y que sus entrañas salpiquen
el gotelé y la tarima,
la cómoda de la abuela a juego
con el tapiz del sofá cama.
Que sus casas se decoren
con la basura que las habita.

Se me encienden las garras,
ahora que conozco
que lo radical es necesario.

Yo llegaré a occidente,
me echaré unas cañas,
oiré la radio,
me daré algún capricho;
y puede que me siga vendiendo,
porque allí casi solo hay dinero,
y hay que prostituirse a las facturas,
a un contrato de alquiler o de trabajo,
ponerse rodilleras
si sube la gasolina,
o abrir bien el culo
cuando sale a concurso mi empresa.

Me conocéis.

Ya estoy casi de camino,
acabando de leer este poema trágico
e inmensamente bello
que supone
estar aquí.

No sé si pediros
que me abráis los ojos
cuando caigan los párpados,
que cerréis mi boca
cuando llegue el bostezo.

Vuelo a occidente,
y dejo atrás el tacto
de la realidad invisible
de la que oí hablar hace años,
y que puedo encarnar ahora
en personas y en historias.

Pero no. No dejo atrás.

Dejo dentro.

La cadencia de las olas nómadas
del Índico,
y los niños que piden comida
con voz débil.

Ya regreso.

Y con todo esto
va a ser difícil,
señores,
conciliar otra vez
ese nuestro sueño eterno;
ahora que me hizo despertar,
besándome en la boca,
la serpiente cobriza
que me acompaña
en esta tierra roja.



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares